Ciudad, elemento de alta complejidad

“Para cambiar la vida, primero debemos cambiar el espacio”
Henri Lefebvre.

La sociología ha intentado ofrecer un análisis científico de los grupos humanos organizados mediante el estudio sistemático del desarrollo, estructura, interacción y conducta de estos. Estas estructuras sociales incluyen grupos, patrones sociales, organizaciones complejas, instituciones sociales, sociedades completas y, por supuesto, las ciudades.

La ciudad, como organización social compleja, se ha analizado a lo largo de la historia de diversas formas, siendo entendida como una entidad aislada (variable independiente, influenciada por otros fenómenos sociales), o por el contrario, como un elemento de un sistema del que forma parte (variable dependiente). En esta última se entiende que existen fuerzas externas u otras variables independientes que influencian el ambiente urbano (sistema económico, eventos históricos, barreras geográficas, o la propia condición urbana construida de la ciudad).

Por todo esto, el ambiente urbano es un hecho de alta complejidad y difícil de cualificar. Sus aspectos se estudian interdisciplinarmente desde todas las ciencias sociales (geografía, ciencia política, economía, historia, antropología, psicología…). Ha sido el elemento principal de estudio de la sociología urbana.

La primera teoría sociológica de la ciudad fue establecida por Max Weber (1864-1920),  sosteniendo que en la interacción está el concepto básico de la ciudad, entendida como una oposición entre el “interior” y el “exterior” de la comunidad.

Por otro lado, George Simmel (1858-1958), contemporáneo de Weber pero que no tuvo entonces tanta transcendencia, fijará características definidas como “ubanidad” y “actitud urbana” entendiendo la ciudad como un modo de vida, siendo este así el primer exponente de la corriente psico-sociológica de la ciudad.

Louis Wirth, discípulo de Simmel y Park, escribirá en 1938 “Urbanismo como forma de vida” (Urbanism as a way of life), caracterizando la ciudad como “el asentamiento relativamente grande, denso y permanente de individuos socialmente heterogéneos con relaciones funcionales y de anonimato”. Wirth, estudiando las metrópolis americanas de los primeros decenios del siglo XX, intentará dar una correcta deficinición sociológica de la ciudad individualizando tres categorías fundamentales de la dimensión urbana: tamaño, densidad y hetereogeneidad.

Posteriormente otras tendencias en sociología urbana y comprender el hecho urbano serán las que establezcan las teorías de contraste (Redfield, Reiss, Lewis, Miner y Reissman), analizando la sociedad urbana por contraposición a la sociedad rural, o las establecidas por la Escuela Institucionalista europea (Glotz) que basaba el origen de las ciudades en la evolución de diferentes instituciones como la familia y su relación con la ciudad, así como la construcción de la ciudad por grupos de familias.

En los años ’60 se consolidará una nueva corriente sociológica urbana que será la que ha tenido más transcendencia hasta nuestros días: La Escuela Francesa (Touraine, Crozier, Lefevbre, Cardoso, Beaudillard y Castells), creándose el término de sociedad post-industrial, y analizando la ciudad desde la acción o la economía entre otros aspectos contemporáneos. De esta escuela fijaremos nuestra atención sobre Henri Lefevbre, que defenderá que las actividades sociales no sólo se refieren a la interacción de los individuos, sino a la creación del espacio urbano al crear objetos. El espacio es dual: condiciona nuestra conducta y ella, a su vez, modifica el espacio urbano. En su libro “El derecho a la ciudad” criticará a la ideología urbanística que segrega en funciones y diferencia de clases. Realiza un análisis crítico a la Carta de Atenas, la cual describe como una “reducción caricaturesca de la vida”, siendo el homo urbanicus algo más que cuatro definiciones. Por ello, los CIAM generarían un caos consecuencia de la separación de funciones. Añade que lo urbano, la calle, cuarto de estar de la ciudad, es odiado por la calle (por tanto debe desaparecer). Muere con la aparición del bloque abierto.

Hablar hoy día de ciudad implica entender cuestiones que han adquirido un grado de complejidad impensable a principios del siglo XX. Actualmente, en el panorama urbano occidental, la teoría social contemporánea reconoce transformaciones del espacio público en los últimos decenios. Europa está tendiendo cada vez más al modelo americano tipo “trend”. Esta predicción nos sitúa en una deriva anti-urbana donde la ciudad está entrando en crisis, en concreto por la decadencia del espacio público. Por ello, y enganchando con la teoría de Lefevbre, el proyecto arquitectónico tiene hoy día una gran trascendencia en la capacidad de generar ese espacio urbano donde se crea la ciudad y en ella se interactúa. 

La sobremodernidad y sus consecuencias espaciales


“Ya no hay análisis social que pueda prescindir de los individuos, ni análisis de los individuos que pueda ignorar los espacios por donde transitan”
Marc Augé
El gran crecimiento que han acontecido las ciudades y metrópolis europeas ha generado efectos que han influenciado sobre la forma de su organización espacial, siendo influenciado el desarrollo de su morfología física por factores como el diferencial histórico-cultural, el grado de desarrollo, el grado de globalización (Dos Santos), las figuras de exceso (Augé, M), las características topográficas, su orientación productiva o el modo de producción de mercancías (Lefebvre, H), diferenciando entre asiático, esclavista, feudal, capitalista y socialista.
Para entender la contemporaneidad, es necesario tener en cuenta la noción de “sobremodernidad” (Augé,M). Para Augé está compuesta por tres figuras de exceso, que obedecen a las aceleradas transformaciones mundiales:
1- La superabundancia de acontecimientos (exceso de tiempo, aceleración de la Historia).
2- La superabundancia espacial.
3- La individualización de las referencias.

Los acontecimientos se modifican rápidamente y variadamente, difundiéndose a gran velocidad por macroprocesos como la informalización, la globalización y la difusión urbana generalizada (Borja, J).
El espacio público urbano está influenciado por el tiempo y las consecuencias histórico-espaciales, ligadas territorialmente a la escala de centro metropolitano (Di Filippo, A), siendo un acontecimiento tiempo-espacio-diferencial (Lefebvre,H). Esta yuxtaposición de espacios generados por la sobremodernidad intervienen en el proceso de hacer ciudad, donde lo social, lo público y lo privado se gestionan desde los instrumentos de política pública, además de los controles operativos que tienen las dependencias y agencias burocráticas de modo operativo y distribuyendo los recursos.
El espacio y su superabundancia propuesta por Augé, considera la diferencia sustantiva y de especifidad cambiante en “los cambios de escala, la multiplicación de las referencias y en la espectacular aceleración de los medios de transporte, lo que conduce a modificaciones físicas espaciales considerables”.(Augé,M). Lefebvre definió esta proliferación de espacios como “espacio tiempo urbano”, generando el fenómeno caracterizado por las concentraciones urbanas contemporáneas, en las que han proliferado los “no lugares” (Augé, M), identificados en “las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los grandes campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta”. Sin embargo, Lefebvre los identifica como los espacios “de afuera”, el lugar de la ausencia. Estos fenómenos hacen difícil diferenciar que es espacio público y qué no lo es, ya que pueden existir espacios públicos de propiedad privada (puntos de encuentro de ciudadanía sin discriminación), pero en ellos el consumismo es el papel motor.
La individualización de las referencias es la tercera figura de la sobremodernidad, refiriéndose al ego, al individuo que se cree el centro del universo, interpretando “para sí y por si mismo las informaciones que se le entregan” (Augé, M). Esta individualización genera fluctuaciones identitarias colectivas, además de otras conductas relacionadas con la actitud blasée propia de las concentraciones urbanas (Simmel, G), que afecta a la vida mental urbana en procesos de des-sensibilización frente al caos y la multiplicidad de estímulos.
Se añade a lo propuesto por Augé una cuarta figura de exceso, la cual estaría representada por la sobreexplotación de la naturaleza y el descuido del territorio sin ninguna protección del lugar, lo cual está generando consecuencias terribles a escala planetaria. La ciudad implica concentraciones de energía y de materiales, así como la construcción de infraestructuras físicas que modifican de manera irrelevante las características del medio natural. Existe una extensión necesaria por el crecimiento de la población urbana, pero otra que es superflua y especulativa, que viene inducida por el mercado inmobiliario.
Pensar el espacio público actual no puede dejar de lado estos procesos. La producción masiva capitalista actual convierte a los objetos producidos en mercancías. La sociedad de consumo impuesta por la hegemonía liberal americana hace peligrar las políticas tradicionales europeas, donde la ciudad ha sido símbolo de la colectividad. Este consumismo acelerado se basa en la lógica económica de la producción, en la obtención de beneficios y en consecuencia, en la búsqueda de mercados en una población consumidora en aumento.
Las transformaciones globales anteriormente descritas afectan de forma decisiva a todos los espacios, y en consecuencia a las ciudades. Pero existe la capacidad de resistencia en la cual se deben imponer y defender los propios intereses y objetivos. En toda Europa, la recuperación y puesta en valor del espacio público es un factor clave para el futuro, desde lo existente hasta lo nuevo que vendrá. Siempre ha existido una historia espacial no lineal, influenciada por la presión social versus la presión especulativa. El modelo social de la ciudad se construye a través de los espacios de relación, la vivienda y la construcción de equipamientos e infraestructuras. Pero la diferenciación social por rentas en las diferentes áreas urbanas tiende a fragmentar la ciudad desde los ricos hasta los pobres. Por ello, lo público cobra un valor primordial desde el uso hasta la conexión urbana. El espacio público debería caracterizarse como un territorio al margen de la eficiencia y de la competitividad, un área democrática sin que el dinero establezca ningún criterio de ordenación ni de selección.
La ciudad seguirá creciendo en todo el mundo, la población campesina asciende en algunos países a más del 50 por ciento de la población activa frente al 10 por ciento de los países desarrollados. Pero no se trata de extenderse ilimitadamente en el territorio, sino construir una ciudad de más calidad con modelos sostenibles. Los cambios socioespaciales están afectados por los cambios de densidad. Los cambios en el mercado de trabajo afectan organizativamente a las estructuras urbanas, donde las empresas se desplazan hacia la periferia. Esto genera desplazamientos cada vez mayores, desconcentrándose los municipios centrales así como el crecimiento paralelo de municipios satélite convertidos en lugares de residencia, lo que aumenta los problemas de tráfico. Así, los modelos de crecimiento híbridos y densos materializados en la ciudad en altura será el modelo del futuro, donde los espacios públicos serán un elemento nucleador y dinamizador de la vida urbana. Si se pierden supondrá la destrucción de la ciudad.

El medio natural no es zonificable

Íntimamente ligadas al territorio, la arquitectura, el urbanismo y el paisajismo se disputan desde su consolidación como disciplinas los fragmentos especializados de lo que originariamente constituía una forma de intervención relativamente unitaria sobre el entorno. Más reacia que nunca a compartir lo que considera un merecido derecho a transformar lo más posible el espacio físico, la cultura arquitectónica dominante sigue revolviéndose con encono contra todo lo que huele a multidisciplinariedad y se reclama como única heredera de un mítico proceder holístico originario en el que reinaba sobre toda otra disciplina.”

Carlos Vedaguer



Acontecemos una época de cambios continuos que se manifiestan en la necesidad de crecimiento económico, en la estructura productiva del país, en la revolución del sistema de transportes y de comunicaciones, en la generación de la cultura del ocio, en la multiplicación de las prácticas turísticas y en las explotaciones energéticas. Todo ello requiere cambios en el aparato tecnológico, creativo y relacional que nos rodea y por tanto cambios también en la percepción de la realidad, en la información y la movilidad. Por tanto necesitamos cambios en la propia cultura de la representación, la ocupación y la transformación del territorio.



Es un momento clave, de transición y transformación, donde la progresiva complejidad de los nuevos escenarios donde la arquitectura actúa supone un momento crítico para replantear las herramientas de las que se dispone para abordar estas situaciones. En los últimos decenios hemos acontecido un ritmo vertiginoso alcanzado por los cambios espaciales y territoriales. España se ha convertido en un país rico dentro del contexto global, integrado en la Unión Europea, donde las pautas de comportamiento se han modificado por completo: somos una sociedad urbanizada, con tendencia al envejecimiento, con nuevas formas de organización interna, y con cambios infraestructurales que reflejan la creciente movilidad.


Los mecanismos actuales de desarrollo, las cuales son motivadas por el mercado, se basan en decisiones de individuos (planificadores, políticos…) creyendo que bastan para gestionar eficazmente el territorio y en consecuencia su paisaje. La incapacidad debido al reduccionismo de las políticas espaciales actuales para proporcionar los instrumentos adecuados es uno de los factores que producen descontrol en los modelos de desarrollo. Por ello, la simple planificación “de manchas operativas” no es suficiente a la hora de abordar la acción sobre el territorio. Actualmente, solo disponemos para proteger un espacio geográfico o paisaje parámetros restrictivos, como protección total o parcial, limitaciones de densidad, posibles usos, etc. Estos parámetros técnicos no suficientes. Es importante que nos cuestionemos que métodos estamos utilizando. En nuestra sociedad automatizada, donde los datos son abundantes, parece que nos hemos limitado a la hora de determinar las herramientas con las que hemos utilizado esos datos. Los procesos acelerados no han dejado lugar para la reflexión, simplemente existía el ímpetu de la explotación inmediata para obtener beneficios.


Con el avance tecnológico ha crecido también la velocidad con la que las agresiones se han producido. En la antigüedad, los crecimientos de los núcleos, la construcción de vías y las explotaciones territoriales, eran procesos que avanzaban lentamente, dando tiempo para su rectificación o integración dentro del sistema en el que se injertaban. Actualmente, cualquier decisión que tenga consecuencias territoriales debe ser muy premeditada ya que puede alterar por completo en un breve periodo de tiempo cualquier espacio geográfico.


El momento de crisis que actualmente atravesamos es un punto de apertura del debate respecto a buscar nuevos mecanismos, donde ya la explotación urbanística, turística o industrial desmesurada no deben volverse a producir. Ahora debemos dar paso a fomentar la conciencia ecológica y paisajística, para que no se dañe más el patrimonio territorial del que disponemos. Los cambios territoriales que se han acontecido en nuestro país de 1975 al 2009, hace que muchos lugares sean irreconocibles. El modelo de sociedad consumista en el que vivimos se vuelve cada día más agresiva (consumo material, consumo de vivencias, consumo turístico), donde el principal perjudicado ha sido el paisaje. Por ello, los errores urbanísticos e infraestructurales que han destruido entornos no deben volver a repetirse.


Abordar el medio natural desde técnicas convencionales de planificación urbanística ha quedado obsoleto. Este modo de operar técnico no es suficiente para futuras acciones sobre el territorio y sobre este el paisaje. Es necesario comprender la naturaleza de las cosas más allá del contexto, en un marco que se define por relación de búsquedas, por complicidad de líneas de acción, más que por el seguimiento estricto de dogmas operativos.


El paisaje se manifiesta en productos materiales de distintas escalas y presenta diferentes niveles de articulación espacial, desde el entorno territorial hasta el personal. Más allá de una geografía de lo evidente, que sólo nos acerca a las formas del territorio y a la epidermis de las cosas, está el paisaje, un producto complejo que se construye lentamente de acuerdo con dinámicas específicas e interrelacionadas de carácter natural, social y cultural.

El paisaje es un sistema abierto de alta complejidad. Consta de elementos vivos y no vivos, procesos cíclicos y una red complicada de relaciones. Las nuevas lógicas espaciales contemporáneas giran en torno a la idea del caos y la fragmentación, por ello el enfoque sistémico del paisaje ofrece un marco donde las relaciones entre espacio, naturaleza, técnica, sociedad y procesos culturales pueden ser identificadas, aportando un punto de partida común para posteriores actuaciones.


Densidad como valor contemporáneo


Vivimos en un mundo inhóspito.
Aquí inhóspito no quiere decir yermo. No estamos en un desierto, a nuestro alrededor no hay ningún campo de ruinas, ningún montón de escombros va creciendo ante nuestros pies. No somos románticos, al contrario: nos sabemos viviendo en un paraíso inagotable, incolmable de objetos y maravillas. Da gozo cuanto hay. Inhóspito quiere decir inhospitalario.
Las cosas que hay a nuestro alrededor no nos acogen, no permiten que vayamos hasta ellas para poyarnos. Son riquísimas, hermosas vivas, pero no nos aceptan. Cézanne decía de las cosas que eran “esféricas”. Él veía esferas, conos y cilindros por todas partes, en cualquier sitio donde enviara su mirada. Un mundo hecho todo él de superficies convexas, de objetos puestos de espaldas, donde no hay abierta ninguna concavidad para recoger la mirada.
Un mundo sin apoyos, resbaladizo, de escamas, de escudos; una disgregación desasistida, sin gente, por donde se despeña nuestra mirada, hasta venir al suelo.A ese caer a tierra, a ese mundo que nunca nos recibe, le llamamos “moderno”.
Josep Quetglas
La construcción actual de viviendas actualmente opera en la mayoría de los casos en situaciones periféricas de límite, límite de redes y límites de ciudad. Límites que necesitan una nueva imagen urbana como respuesta a la nueva construcción de ciudad. Nos podemos preguntar que respuestas tipológicas deberían ser más adecuadas para esta situación periurbana, donde la ciudad aún no existe o no tiene un pasado que la haya consolidado.
La situación excesiva de los parámetros urbanísticos limita, tanto a nivel de usos como de proyecto. Se debería evitar los modelos que recurran a soluciones que no integren la trama urbana; por el contrario habría que intentar que estas humanizasen la vivencia de la ciudad. Estos modelos urbanos deberían apostar por buscar una relación con los espacios públicos de la ciudad, donde estos espacios y la trama urbana acabarían teniendo un papel importante, contrario a la situación actual de periferias inhóspitas.
A pesar del boom edificatorio que hemos vivido en España hemos asistimos a la falta de valores cívicos asociados a los crecimientos urbanos. La reflexión en torno al proyecto contemporáneo y las necesidades actuales de la sociedad se han dado de lado frente al mero hecho constructivo. En un espacio muy breve de tiempo respecto a la historia de la mayoría de las ciudades, muchas de estas han dado un paso atrás en su calidad a la hora de crecer. Actualmente las periferias carecen de centralidad urbana, y se vuelven zonas residenciales carentes de otro valor, por lo que no aportan nada más allá de su dimensión a la idea global de la ciudad. Las causas habría que buscarlas, primero, en la rapidez del desarrollo técnico y urbanístico que desplaza hacia la periferia los nuevos crecimientos haciéndolos dependientes de los núcleos originales. Por todo ello, se hace necesario su crítica y valoración para no volver a cometer los mismos fallos en un futuro.

El proyecto residencial, está cada vez más interrelacionado con los diferentes usos que integran la ciudad. Las bases de la sostenibilidad urbana parten del punto de partida del propio funcionamiento interno del modelo de ciudad.
Se requiere, en primer lugar, un estudio consistente en un conjunto de proyectos arquitectónicos y urbanísticos que permitan su análisis y valoración desde múltiples perspectivas, así como la previsión de los efectos de una posible evolución de la gestión del suelo. En segundo lugar, hay que considerar que la esencia de la ciudad no radica exclusivamente en la mixtura de usos y densidad sino que también reside en el espacio público como el elemento urbano más importante, siempre que este esté vinculado a proyectos que generen densidad de uso. No obstante, la eficacia de este está vinculada directamente con la hibridación funcional. En estos términos, el trazado urbano necesita del uso colectivo generado por la complejidad urbana para crear ciudad. Esto hoy presenta una fuente inagotable de posibilidades para el campo proyectual y urbanístico.

Desde el Movimiento Moderno los aspectos sobre la vivienda y la ciudad han necesitado volver a estudiarse y restablecer las bases y su necesidad de readaptación en función de los cambios de la sociedad. Actualmente podemos poner en relieve la escasez de proyectos de calidad en los crecimientos del siglo XX y XXI en España. Todo ello derivado del aislamiento reflexivo del resto de Europa y la imposición de modelos que deslocalizaban socialmente durante el franquismo. Los ejemplos reseñables han sido escasos, o en su mayoría han configurado soluciones aisladas respecto al conjunto urbano en los cuales algunos se han realizado. La falta de calidad en la vivienda pública española se ha asumido culturalmente con el paso del tiempo, lo que ha hecho que las pequeñas mejoras que se han ido realizando y que atendían más a los aspectos técnicos que a los espaciales hayan parecido algo valioso. Sin embargo en una comparativa respecto a otros países que han tenido políticas de vivienda sociales de mayor calidad, a la vez que los modelos urbanos de crecimiento han dado respuesta a la vida urbana completa frente a la exclusividad residencial que hemos acontecido en nuestro país en la mayoría de los casos.

La densidad se debe entender como valor contemporáneo, desde la crítica a la falta de complejidad de los proyectos que actualmente se desarrollan en los nuevos asentamientos. El urbanismo de la última década de nuestro país ha priorizado el transporte privado frente al público debido a esta falta de densidad urbana, lo que ha provocado crecimientos no sostenibles y faltos de una calidad necesaria para ser llamados ciudad. Este hecho inicia la necesidad de reflexionar en torno a las necesidades actuales, para que en un futuro evolucionemos hacia modelos más sostenibles generados desde el punto de vista de la densidad urbana además de que la vivienda evolucione respecto a las necesidades de la sociedad actual.


La crisis del espacio público


“La arquitectura preside los destinos de la ciudad. Ordena la estructura de la vivienda, esa célula esencial del trazado urbano, cuya salubridad, alegría y armonía están sometidas a sus decisiones.
Agrupa las viviendas en unidades de habitación, cuyo éxito dependerá de la justeza de sus cálculos. Reserva de antemano los espacios libres en medio de los cuales se alzarán volúmenes edificatorios de armoniosas proporciones. Instala las prolongaciones de la vivienda, los lugares de trabajo, los terrenos consagrados a las distracciones. Establece la red circulatoria que ha de poner en contacto las diversas zonas. La arquitectura es responsable del bienestar y de la belleza de la ciudad. Toma a su cargo su creación y su mejora, y le incumben la selección y la distribución de los diferentes elementos cuya afortunada proporción constituirá una obra armoniosa y duradera. La arquitectura es fundamental para todo”
Carta de Atenas, CIAM 1942
La mayoría de las teorías con las que operamos los arquitectos son válidas porque así lo hemos decidido por consenso o influencia histórica. Pero no disponemos de ninguna base científica operativa para aspectos que trasciendan más allá de lo meramente técnico de la profesión. En determinadas situaciones, las herencias se han desechado y se ha roto radicalmente con la tradición, como forma de liberación, en movimientos de revolución política y social que no llegaron a consolidarse. Esto supuso cambios y negación a todo lo previo, asociado a lo religioso, donde nuestro lugar en el mundo había sido usurpado y deformado por este, afectando la libertad. Europa se consolidó como centro civilizado mundial. Era necesario un nuevo mundo, nuevas ciudades y nueva arquitectura adaptada a las necesidades del momento. La revolución industrial y las teorías maquinistas encontraron su culminación en la operatividad necesaria en el realojo de un mundo laico, que posteriormente entraría en guerra y sería necesario reconstruir.
En este sentido, podemos admitir que la arquitectura supo adaptarse funcionalmente a las necesidades que entonces demandaba el momento, de habitación y de técnica. Pero los límites operativos quedaron estrictamente definidos. Un nuevo mundo formal se desarrolló influenciado por diferentes tendencias artísticas. Quizás por esta misma razón lo visual ha tenido más influencia en los aspectos espaciales arquitectónicos, lo cual reduce enormemente las posibilidades evolutivas de la disciplina arquitectónica.
Actualmente, la tendencia privatizadora es un hecho global, se hace necesario replantearnos el concepto de espacio público y el espacio habitable que este genera. El crecimiento demográfico acelerado de las ciudades genera una nueva escala urbana donde la fragmentación y el caos se superponen a la herencia histórica.
Nos preguntaríamos por qué en el campo arquitectónico los edificios son cada vez más tecnológicos e intentan adaptarse mejor a las necesidades de nuestro tiempo, mientras que en el espacio público sólo se juega a generar escenografías urbanas en la mayoría de los casos. Heredado de su nacimiento en el Cinquecento italiano y posteriormente “enverdecido” por los CIAM, ¿serán estas las clave de su decadencia?
Los espacios públicos actuales, asociados a la circulación viaria o zonificados como green areas, no tienen capacidad de adaptarse a las necesidades reales. Estos nuevos lugares supuestamente de sociabilidad se proyectan con nociones naturalistas, y su funcionalidad suele venir asociada en muchos casos a equipamientos. Pero no existen siempre los medios ni la necesidad administrativa de establecer un equipamiento por espacio público.
¿Proyectamos los arquitectos realmente ciudad materializada en espacios públicos o nos limitamos al diseño de zonas verdes? El espacio público es un concepto que va asociado a cuestiones no sólo físicas o geométricas de la construcción del espacio, sino que además depende de sus límites, de su centralidad, de sus usos y funciones cercanas, de aspectos temporales, climáticos y de su capacidad de compresión y de expansión de movimiento. Si necesariamente estos lugares urbanos están asociados a la economía estamos segregando la ciudad. La clave del correcto funcionamiento de éste es el espacio no proyectado o indeterminado, que favorece la actividad pero no la condiciona.

El significado de la arquitectura, realidad frente a creación


“Quien conoce la Historia sabe entender lo que fue, lo que es y lo que será”
Le Corbusier

Para poder definir qué es la arquitectura necesitaríamos definir antes la cultura. En contraposición, los arquitectos deben servir a la civilización, utilizando la arquitectura como lenguaje de la inteligencia, la verdad, la humildad y la belleza. La arquitectura no es un arte, es una poética porque rechaza con todo el vigor la idea de estilo ya que esta no simbolizando nada al margen de sí misma.
La arquitectura se debe a la civilización, no nace de la nada, sino que su razón de ser debería seguir evolucionando en base a la herencia previa. Es la base de la poética en la arquitectura, disciplina heredada del saber común, que con imaginación intenta resolver los problemas o necesidades de cada situación. Esta engloba una superestructura ideológica, una estructura económica y una infraestructura territorial. Debido a la superestructura ideológica, el lenguaje nunca será de libre elección, asumido culturalmente por el poder en cada momento histórico. Debe tener siempre en cuenta el factor económico, justificarse en la necesidad o el producto que genera. Operará localizándose en un lugar geográfico determinado, del cual vendrá determinada su función. Por ello la arquitectura nunca podrá asemejarse al arte, ya que este nace de modo libre sin existencia real como sistema de comunicación.
La vanguardia y el Movimiento Moderno fueron puntos de ruptura. Las herencias culturales se desecharon y se rompió estilísticamente con la tradición, como forma de liberación, en movimientos de revolución política y social que no llegaron a consolidarse. Esto supuso cambios y negación a todo lo previo, asociado al capital y a lo religioso, donde nuestro lugar en el mundo había sido usurpado y deformado, afectando la libertad humana. Europa se consolidó como centro civilizado mundial. Era necesario un nuevo mundo, nuevas ciudades y nueva arquitectura adaptada a las necesidades del momento. La revolución industrial y las teorías maquinistas encontraron su culminación en la operatividad necesaria en el realojo de un nuevo mundo conceptual, que posteriormente entraría en guerra y sería necesario reconstruir. La voluntad política e ideológica cayó en crisis, en una condición Nihilista que daría paso libre a la economía liberal frente a una construcción social verdadera de un mundo configurado por el intelectual colectivo.
Hemos vuelto a modelos sociales previos, donde sigue existiendo una burguesía económica y un proletariado mejor formado pero sin capacidad operativa. Los arquitectos deberían poseer capacidad crítica para no convertirse en lacayos de los ricos, esta arquitectura del poder que hasta hace poco se ha visto representada por la torre de vidrio, y ahora es la rareza o absurdo constructivo lo que lo representa. El formalismo publicitado por el que pasa la arquitectura de nuestro tiempo es un cáncer que deberíamos subsanar. La saga de los arquitectos del Star System que generan idiolectos propios no debería representar a la arquitectura contemporánea. Buscar nuevos lenguajes y que estos sean aclamados está más en el sentimiento cateto de alcalde inculto de pueblo que no entiende más que de atraer turísticamente desde la rareza, como los circos de mal gusto atraían a las masas años atrás. La imagen ha tomado un papel demasiado importante en la etapa consumista que atravesamos y de la que cada vez somos más presos, donde la necesidad se genera en base a un marketing de usar y tirar.
La alineación cultural es una de las lacras de nuestro tiempo que deberían arrancarse todos los que profesionalmente trabajan vinculados con la sociedad. Los arquitectos no se dirigen a los sentidos, se dirigen hacia la inteligencia. La emoción intelectual no tiene nada que ver con lo común, con lo visceral o con lo bajo cultural. Parte de la propia reflexión por medio de la investigación para poder actuar a través de la teoría y la práctica heredada. Así el progreso nace de negar lo anterior para superarlo, no del genius que descubre algo como inspiración divina. No colaboremos con él mal, representado por lo fascista o liberal. Demandemos un mundo Universal, donde la nueva escala de valores vendrá determinada por la civilización.

Busquemos la verdad, la belleza vendrá sola


“Si se desea enseñar al ojo humano a ver de una forma nueva, es necesario mostrarle los objetos cotidianos y familiares bajo perspectivas y ángulos totalmente inesperados y en situaciones inesperadas; los objetos nuevos deberían ser fotografiados desde diferentes ángulos, para ofrecer una representación completa del objeto”
Alexander Rodchenko
Con la Revolución Rusa, los Constructivistas intentaron cambiar todo el lenguaje estético buscando una nueva unidad entre la ciencia, la industria y el arte. Un nuevo mundo con un nuevo orden social necesitaba una nueva materialización. Todo ello debía trasladarse al pueblo, educando a la gran cantidad de analfabetos que había en el país. Este espíritu de nuevo sistema, se materializó arquitectónicamente con los nuevos materiales del momento y con las nuevas estructuras mediante el uso del hierro, del cemento, y del nuevo estilo espectacular del hormigón armado. La arquitectura, muy vinculada aún con las ideas pictóricas, sería “arte” de construir ciudades, diseño del hábitat, símbolo, belleza, ciencia, sentir de una época, ingeniería, objeto y medio de conocimiento, representación no mimética del mundo. Era creación crítica, y esta crítica a las miserias del pasado significaba la creación.
Años más tarde, en la Europa democrática el Movimiento Moderno intentaría superar estas ideas de arquitectura para un nuevo mundo alejándose de las artes gráficas por completo. Fue un momento intenso de experimentación, evitando cualquier especulación estética sobre la misma estética. Las formas adquirían su significado desde su sentido constructivo y material. Estas arquitecturas eran verdaderas porque pertenecían a la realidad. Su belleza no era objetiva, sino que pertenecía a su propia ley interna. La belleza entendida como verdad en arquitectura siendo métrica y material, estableciendo conexiones entre la lógica y la poética de la obra mediante lo constructivo.
Pero esta modernidad entraría en crisis, debido a las contradicciones que se generarían en la arquitectura moderna y en especial la falta de compromiso social del Estilo Internacional entendido como un nuevo canon estético. Influenciado por las tesis Heideggerianas, se daría paso así al postmodernismo en los años ‘70. Se perdió la lucha contra el mundo impuesto por el capital, asumiéndose la falta de autoridad para definir la verdad o de imponer la idea de principios buenos o malos. Los postmodernistas se afirmaban como sucesores de la Ilustración del siglo XVII, volviendo a los estilos clásicos para conceptualizar y racionalizar la vida y el progreso humano. Se abogaría por recuperar de nuevo “el ingenio, el ornamento y la referencia” en la arquitectura. Frente al racionalismo, donde la forma seguía a la función, Rovert Venturi respondería irónicamente que la forma seguiría al fracaso, aludiendo a que las formas creadas sin una tradición que las apoyase conducirían a la pérdida de valor de la arquitectura. Este momento de falsificación formal generaría artificios sin significado ni sentido que apoyasen a la civilización, abriendo paso al “todo vale” para un mundo que se industrializaba y se consumía dominado por el capital.
Los naturalistas, evolución de este postmortem, han seguido nutriéndose de la misma basura ideológica, basada en la pérdida de la confianza en un mundo en el que la condición humana viene autoimpuesta. ¿Son el nacionalismo, la política, la religión y la guerra el resultado de una mentalidad humana primitiva? ¿Es la verdad una ilusión? Esta lacra es el mayor daño que se ha hecho a la arquitectura, y actualmente la seguimos padeciendo. La arquitectura es una inteligencia universal que proporciona la razón integral de todas las formas. La modernidad incluía esta idea, siendo contraria a los dogmatismos clasicistas y a los relativismos románticos. Esta es contraria a la seudoarquitectura de consumo, cuya forma es asimilada rápidamente por la acrítica masa social, y su éxito se perpetúa. Busquemos los arquitectos la verdad, admitiendo el error heredado, donde un nuevo mundo es necesario. Aquí la belleza vendrá sola.

Bolonia, ¿hacia dónde va la arquitectura en España?


Podríamos decir que todo lo que está sucediendo en torno al espíritu de la sociedad de nuestro tiempo viene de una alineación de las masas generada por los medios de comunicación. Y esto no es nuevo, sino que es algo que nos viene ya desde que el sistema paternalista de la sociedad del bienestar se instauró en las generaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial.


Los medios de comunicación de masas hacen un papel estupendo generando Ideologías. Esto además lo podríamos vincular con la inmediatez de la información en la que vive el mundo hoy inmerso, que puede ser tanto positiva como negativa. Como aspectos positivos podríamos citar la capacidad para encontrar, pero como negativo podríamos decir que esta inmediatez acomoda a los buscadores de información, quedándose con lo que uno encuentra en esos rastreos inmediatos. Las nuevas generaciones son fruto de esa inmediatez, en lo que viene dado sin esfuerzo tiene más poder que lo propio e individual. La globalización absorbe y genera ideologías de comportamiento en la sociedad. "Ideologías, que gran invento para no pensar!" La ideología rutinaria y la pereza mental, los bulos, las supersticiones generadas del pequeño poder que tienen. Por ello generan dogmas, opiniones y falsificaciones del pensamiento, ya que lo único que debemos pensar es lo que todo el mundo admite como consenso.

Como diría Carlos Marx: Ustedes dicen que todo es apariencia, pues vale. Nos vamos a distinguir las verdaderas de las falsas apariencias. Las subjetividades generadas en la sociedad actual en la que vivimos se las dejaremos a los que se las quieran creer. El ambiente mediático de bulos de nuestro ambiente social solo sirve para llenar de ruido las verdades. Una vez que nuestros sistemas políticos han decidido cuál será la historia que hay que contar, no nos quedará la menor duda que cualquier cosa que se quiera suprimir de la mentalidad colectiva será suprimida. En función del grado de libertad de cualquier sistema esta libertad de información será mayor o menor. Pero independientemente de la libertad, el factor clave es la energía de difusión. Cada uno puede decir lo que quiera, la diferencia está en qué medida se transmite cada pensamiento. Esta es la herramienta discriminatoria de las sociedades democráticas, que intentan fabricar el consenso colectivo de una manera sutil.

En este ruido mediático podríamos encasillar a la situación actual por la que pasan los procesos de adaptación al nuevo sistema educativo Bolonia los planes de estudio de las escuelas de Arquitectura españolas. Aún no se ha llegado a formular en ninguna de las escuelas un plan de estudios en condiciones para arquitectos. Todos son fruto de una arbitrariedad impuesta de una herencia cultural, por lo que acaban siendo caras de una misma moneda: los criterios para formar a los arquitectos del futuro se han dado de lado a favor de unas competencias heredadas históricamente de un sistema franquista, concretamente de la época desarrollista en la que era necesario que un individuo firmase y asumiese toda una serie de competencias profesionales para acelerar los procesos burocráticos de la edificación. Todo criterio que defienda al arquitecto como persona que piensa y se cuestiona su papel social se pierde. Las escuelas de arquitectura, y más en concreto los planes de estudio, se han casado con los colegios de arquitectos dándole la mano a las competencias. El discurso sobre la formación que se imparte se ha dado de lado, más a favor de firmar y hacer caja que de otra postura intelectual.

Los profesionales con capacidad crítica no interesan en el sistema actual, donde prima el hacer ser remunerado para alimentar el capitalismo frente a poner en crisis ética y moral determinados mecanismos que producen rendimiento económico. Se prefieren los técnicos frente a los intelectuales. Prima la doxa frente al epistemie.¿ A dónde vamos a llegar el día de mañana?
¡Usted coma y calle!