“Si se desea enseñar al ojo humano a ver de una forma nueva, es necesario mostrarle los objetos cotidianos y familiares bajo perspectivas y ángulos totalmente inesperados y en situaciones inesperadas; los objetos nuevos deberían ser fotografiados desde diferentes ángulos, para ofrecer una representación completa del objeto”Alexander Rodchenko
Con la Revolución Rusa, los Constructivistas intentaron cambiar todo el lenguaje estético buscando una nueva unidad entre la ciencia, la industria y el arte. Un nuevo mundo con un nuevo orden social necesitaba una nueva materialización. Todo ello debía trasladarse al pueblo, educando a la gran cantidad de analfabetos que había en el país. Este espíritu de nuevo sistema, se materializó arquitectónicamente con los nuevos materiales del momento y con las nuevas estructuras mediante el uso del hierro, del cemento, y del nuevo estilo espectacular del hormigón armado. La arquitectura, muy vinculada aún con las ideas pictóricas, sería “arte” de construir ciudades, diseño del hábitat, símbolo, belleza, ciencia, sentir de una época, ingeniería, objeto y medio de conocimiento, representación no mimética del mundo. Era creación crítica, y esta crítica a las miserias del pasado significaba la creación.
Años más tarde, en la Europa democrática el Movimiento Moderno intentaría superar estas ideas de arquitectura para un nuevo mundo alejándose de las artes gráficas por completo. Fue un momento intenso de experimentación, evitando cualquier especulación estética sobre la misma estética. Las formas adquirían su significado desde su sentido constructivo y material. Estas arquitecturas eran verdaderas porque pertenecían a la realidad. Su belleza no era objetiva, sino que pertenecía a su propia ley interna. La belleza entendida como verdad en arquitectura siendo métrica y material, estableciendo conexiones entre la lógica y la poética de la obra mediante lo constructivo.
Pero esta modernidad entraría en crisis, debido a las contradicciones que se generarían en la arquitectura moderna y en especial la falta de compromiso social del Estilo Internacional entendido como un nuevo canon estético. Influenciado por las tesis Heideggerianas, se daría paso así al postmodernismo en los años ‘70. Se perdió la lucha contra el mundo impuesto por el capital, asumiéndose la falta de autoridad para definir la verdad o de imponer la idea de principios buenos o malos. Los postmodernistas se afirmaban como sucesores de la Ilustración del siglo XVII, volviendo a los estilos clásicos para conceptualizar y racionalizar la vida y el progreso humano. Se abogaría por recuperar de nuevo “el ingenio, el ornamento y la referencia” en la arquitectura. Frente al racionalismo, donde la forma seguía a la función, Rovert Venturi respondería irónicamente que la forma seguiría al fracaso, aludiendo a que las formas creadas sin una tradición que las apoyase conducirían a la pérdida de valor de la arquitectura. Este momento de falsificación formal generaría artificios sin significado ni sentido que apoyasen a la civilización, abriendo paso al “todo vale” para un mundo que se industrializaba y se consumía dominado por el capital.
Los naturalistas, evolución de este postmortem, han seguido nutriéndose de la misma basura ideológica, basada en la pérdida de la confianza en un mundo en el que la condición humana viene autoimpuesta. ¿Son el nacionalismo, la política, la religión y la guerra el resultado de una mentalidad humana primitiva? ¿Es la verdad una ilusión? Esta lacra es el mayor daño que se ha hecho a la arquitectura, y actualmente la seguimos padeciendo. La arquitectura es una inteligencia universal que proporciona la razón integral de todas las formas. La modernidad incluía esta idea, siendo contraria a los dogmatismos clasicistas y a los relativismos románticos. Esta es contraria a la seudoarquitectura de consumo, cuya forma es asimilada rápidamente por la acrítica masa social, y su éxito se perpetúa. Busquemos los arquitectos la verdad, admitiendo el error heredado, donde un nuevo mundo es necesario. Aquí la belleza vendrá sola.


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