El medio natural no es zonificable

Íntimamente ligadas al territorio, la arquitectura, el urbanismo y el paisajismo se disputan desde su consolidación como disciplinas los fragmentos especializados de lo que originariamente constituía una forma de intervención relativamente unitaria sobre el entorno. Más reacia que nunca a compartir lo que considera un merecido derecho a transformar lo más posible el espacio físico, la cultura arquitectónica dominante sigue revolviéndose con encono contra todo lo que huele a multidisciplinariedad y se reclama como única heredera de un mítico proceder holístico originario en el que reinaba sobre toda otra disciplina.”

Carlos Vedaguer



Acontecemos una época de cambios continuos que se manifiestan en la necesidad de crecimiento económico, en la estructura productiva del país, en la revolución del sistema de transportes y de comunicaciones, en la generación de la cultura del ocio, en la multiplicación de las prácticas turísticas y en las explotaciones energéticas. Todo ello requiere cambios en el aparato tecnológico, creativo y relacional que nos rodea y por tanto cambios también en la percepción de la realidad, en la información y la movilidad. Por tanto necesitamos cambios en la propia cultura de la representación, la ocupación y la transformación del territorio.



Es un momento clave, de transición y transformación, donde la progresiva complejidad de los nuevos escenarios donde la arquitectura actúa supone un momento crítico para replantear las herramientas de las que se dispone para abordar estas situaciones. En los últimos decenios hemos acontecido un ritmo vertiginoso alcanzado por los cambios espaciales y territoriales. España se ha convertido en un país rico dentro del contexto global, integrado en la Unión Europea, donde las pautas de comportamiento se han modificado por completo: somos una sociedad urbanizada, con tendencia al envejecimiento, con nuevas formas de organización interna, y con cambios infraestructurales que reflejan la creciente movilidad.


Los mecanismos actuales de desarrollo, las cuales son motivadas por el mercado, se basan en decisiones de individuos (planificadores, políticos…) creyendo que bastan para gestionar eficazmente el territorio y en consecuencia su paisaje. La incapacidad debido al reduccionismo de las políticas espaciales actuales para proporcionar los instrumentos adecuados es uno de los factores que producen descontrol en los modelos de desarrollo. Por ello, la simple planificación “de manchas operativas” no es suficiente a la hora de abordar la acción sobre el territorio. Actualmente, solo disponemos para proteger un espacio geográfico o paisaje parámetros restrictivos, como protección total o parcial, limitaciones de densidad, posibles usos, etc. Estos parámetros técnicos no suficientes. Es importante que nos cuestionemos que métodos estamos utilizando. En nuestra sociedad automatizada, donde los datos son abundantes, parece que nos hemos limitado a la hora de determinar las herramientas con las que hemos utilizado esos datos. Los procesos acelerados no han dejado lugar para la reflexión, simplemente existía el ímpetu de la explotación inmediata para obtener beneficios.


Con el avance tecnológico ha crecido también la velocidad con la que las agresiones se han producido. En la antigüedad, los crecimientos de los núcleos, la construcción de vías y las explotaciones territoriales, eran procesos que avanzaban lentamente, dando tiempo para su rectificación o integración dentro del sistema en el que se injertaban. Actualmente, cualquier decisión que tenga consecuencias territoriales debe ser muy premeditada ya que puede alterar por completo en un breve periodo de tiempo cualquier espacio geográfico.


El momento de crisis que actualmente atravesamos es un punto de apertura del debate respecto a buscar nuevos mecanismos, donde ya la explotación urbanística, turística o industrial desmesurada no deben volverse a producir. Ahora debemos dar paso a fomentar la conciencia ecológica y paisajística, para que no se dañe más el patrimonio territorial del que disponemos. Los cambios territoriales que se han acontecido en nuestro país de 1975 al 2009, hace que muchos lugares sean irreconocibles. El modelo de sociedad consumista en el que vivimos se vuelve cada día más agresiva (consumo material, consumo de vivencias, consumo turístico), donde el principal perjudicado ha sido el paisaje. Por ello, los errores urbanísticos e infraestructurales que han destruido entornos no deben volver a repetirse.


Abordar el medio natural desde técnicas convencionales de planificación urbanística ha quedado obsoleto. Este modo de operar técnico no es suficiente para futuras acciones sobre el territorio y sobre este el paisaje. Es necesario comprender la naturaleza de las cosas más allá del contexto, en un marco que se define por relación de búsquedas, por complicidad de líneas de acción, más que por el seguimiento estricto de dogmas operativos.


El paisaje se manifiesta en productos materiales de distintas escalas y presenta diferentes niveles de articulación espacial, desde el entorno territorial hasta el personal. Más allá de una geografía de lo evidente, que sólo nos acerca a las formas del territorio y a la epidermis de las cosas, está el paisaje, un producto complejo que se construye lentamente de acuerdo con dinámicas específicas e interrelacionadas de carácter natural, social y cultural.

El paisaje es un sistema abierto de alta complejidad. Consta de elementos vivos y no vivos, procesos cíclicos y una red complicada de relaciones. Las nuevas lógicas espaciales contemporáneas giran en torno a la idea del caos y la fragmentación, por ello el enfoque sistémico del paisaje ofrece un marco donde las relaciones entre espacio, naturaleza, técnica, sociedad y procesos culturales pueden ser identificadas, aportando un punto de partida común para posteriores actuaciones.


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